El rostro que a uno le gustaría retratar es ese que queda cuando uno se ha marchado y ya no queda ni fotógrafo ni cámara que atestigüe eso. El único método que he logrado como substituto es aburrir al retratado hasta que actúe como si ya yo no estuviera allí, tocando las narices.
El hijo de Gregorio.
Bernard, el director de oquesta.
La más pequeña.
La hermana mayor.
El hombre por venir.
Mar con una pregunta en la cara.
Antes del beso.
Aquí estoy yo.
Los niños son sólidos y rotundos ante una cámara. Son verdaderos. Lamentablemente casi ningún adulto es también niño.
Mario se fue por la ventana.
Sabine. Sí una rara adulta que sabe ser niña.
El canalla fingido.
Cristina aun no sabe que es bellísima.
Tatiana ya se largó sin despedirse.
Olga en Portugal.
Olga al viento de otoño.
Olga con luz flamenca.
Hay otro método pero muy difícil: dar con alguien que te mire a ti y no a la cámara.
