Melisa Costa's profile

Larvas, songs for Castelnuovo

LARVAS (canciones para Castelnuovo)

El trabajo musical Larvas (canciones para Castelnuovo) surge de la necesidad de volver a tejer partes que parecen haber quedado deshilachadas en una trama cultural e identitaria en relación con los barrios porteños, la cultura de Buenos Aires y Argentina, sus músicas, su literatura. Un escritor hoy olvidado por el gran público y el público lector (aun cuando hay una notable edición de Larvas en la colección Los Raros de la Biblioteca Nacional que nos sirvió de base y guía del trabajo).

En 1931 Elías Castelnuovo (Montevideo  1893-Buenos Aires 1982) publica su libro de cuentos Larvas, que tiene base en sus experiencias como maestro del Reformatorio para Niños Abandonados y Delincuentes de la localidad bonaerense de Olivera sucedidas 10 años antes.

Nuestro trabajo en este caso nace y se afirma alrededor del escritor Elías Castelnuovo y su libro Larvas.
Las canciones recrean cada una de las historias del libro, retratando a cada uno de sus personajes, a veces en una traslación casi literal de la historia narrada por Castelnuovo a la canción, otra imaginando a esos personajes niños más grandes o tratando de expresar el núcleo del conflicto, en una creación que apunta a transmitir desde el presente algunas de las cuestiones planteadas por Castelnuovo en Larvas , a partir de la certeza de que las violencias sufridas por los Larvas del escritor están hoy tan presentes como en los 30.

Las composiciones retrabajan el lunfardo a sonoridades actuales y apuesta a una letrística donde está intacta la capacidad de contar historias en 3 minutos y elegir asi una forma musical que en su estructura tome los aires de la canción ciudadana de los 30 mirada desde el presente, con una orquestación (guitarra, violín, contrabajo, piano y clarinete) que responde también a esa época del tango, la milonga, el vals, el estilo, etc…
Vale aclarar que las grabaciones son como bien se pide, un demo; donde las estructuras armonicas y su línea melódica es lo que esta presente, sin mayoría de arreglos e instrumentos como violin y clarinete que no fueron ejecutados para esto.

No se trata de un trabajo nostálgico sino de construcción de identidad desde el presente,  apostando a la capacidad de realizar una relectura y crear nuevas ideas y sonoridades ancladas en la actualidad con el auxilio y la integración también de los hallazgos creativos del pasado, acaso como una forma afectiva de tejer la historia.

El repertorio consta de siete canciones que llevan en su titulo el mismo nombre de los personajes del libro (orden que corresponde al CD): Ana María; Caruncho; Frititis; Guitarrita; Mandinga; Pestolazzi; Amarrete.
Caruncho
"En el día de hoy, que es el día del entierro, se cumplen tres meses del suceso. A raíz de los cuatro balazos que el marido le pegó a la mujer, después de una agonía larga, la pobre murió, por fin, ayer, en un hospital a eso de las cinco de la tarde.
Un carro del establecimiento la trajo al anochecer y allí descansa, ahora, de cuerpo presente, rígida y blanca, en el centro de la habitación. A su lado, blanco también, también rígido, se encuentra el hijo del matrimonio, el único hijo, Caruncho, un chico de diez o doce años, aislado del resto, mirando obstinadamente el hueco de la puerta con la fijeza de un sapo. De un sapo tenebroso."

Fragmento de "Caruncho". Larvas, Elías Castelnuovo. 
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional. 
(p. 193)
Ana María
"El ruido de la calle se había extinguido por completo. La casa toda dormía profundamente. La luz que emitía la lamparita a través de la pantalla verde se tornaba cada vez más lívida y enfermiza. Se me antojaba que después de muerto, en una región desconocida, subterránea, asistiría con mi esqueleto al espectáculo de una iluminación idéntica.
De repente, alguien tocó la puerta del rellano. No pude percibir bien si movió el pestillo o golpeó con los dedos.
-¡Adelante! -exclamé yo retorciéndome y añadí sin darme cuenta-: Uno... dos... tres... cuatro... Uno... dos... tres... cuatro...
La puerta se abrió lentamente y apareció en el marco la estampa de una sombra. Después de la luz de mi cuarto se abría la boca de lobo de la escalera. Todo lo que cayese en las tinieblas del rellano, a esa hora, no se distinguía en absoluto.
La sombra permaneció un instante clavada en el umbral como una estatua.
-¡Adelante! -repetí, y el bulto traspuso la línea de la oscuridad y se perfiló nítidamente, lo mismo que un espectro, al caer bajo los rayos verdosos de la lamparita.
-¡Hijito! -exclamó avanzando hacia mi cama.
A medida que se acercaba la sombra, en lugar de agrandarse se empequeñecía hasta que se redujo a su tamaño natural, dentro de las proporciones que me permitía establecer mi estado de ánimo.
La miré y la volví a mirar.
No era mi madre.
Era Ana María.
Aquella criatura enclenque y esparragada, después de decirme a mí que tengo la estatura de un gigante, hijito, se inclinó sobre mi lecho y me preguntó canturreando:
-¿Qué tiene este hijo? ¿Por qué llora este hijo querido? ¿Cómo es que está tan solo este pobre hijo de mi alma?
Yo la seguía mirando, mirando, confundido y aterrado. Mi madre no había venido, es cierto. No pudo venir, tal vez, porque estaba muerta. Pero, en cambio, me había mandado un emisario. Su alma, posiblemente, rondó por encima del sotabanco durante mucho tiempo hasta que se transfundió en el alma de aquella criatura para poder acudir a la cita.
-¿Qué le pasa a mi hijo? -repitió la niña y me enjugó con una mano el sudor que me bañaba la frente-. ¿Qué es lo que le pasa?
Yo doblé la cabeza y le aparté el brazo.
-¡No me toques! -le dije-. ¡No me toques que estoy podrido!
-¿Qué es lo que tiene mi hijo?
-¡Estoy podrido!
-¡Venga para acá! -susurró ella-. ¡Venga, venga! ¡No llore más! ¿Sabe? En seguida su mamita lo va a curar. ¿Me ha comprendido?
Se dirigió al cajón del escritorio y sacó de allí la armónica.
Aproximó una silla y tomó asiento junto a mi cama. Entrecerró los ojos y comenzó a tocar.
Hacía silbar tres notas que repetía subiendo o bajando el volumen de la respiración pero sin alterar la escala ni seguir el ritmo de composición alguna.
Yo oía siempre así:
- Tu ta ti ta tu... Tu ta ti ta tu... Tu ta ti ta tu...
A pesar de no salirse de las tres notas colocaba en ello tal pasión que me hacía olvidar mis sufrimientos. A ratos, sea por el afán que hervía en ella de restablecerme o sea que ella misma caía bajo el influjo de su propia inspiración, se babeaba toda y se detenía un instante para limpiarse la boca.
-¿Todavía le duele el dolor que le dolía? -me preguntaba entonces.
Yo asentía con la cabeza y la niña continuaba:
- Tu ta ti ta tu... Tu ta ti ta tu... Tu ta ti ta tu...
Ahora, transportado por la música, mi mal deponía sus arrestos y mi pensamiento se aclaraba. La fiebre me seguía quemando aún en carne viva y la rata imaginaria, hurgueteando con la trompa la región enferma, toda la región enferma, pero mi espíritu no se conmovía. La luz que me faltaba, bajo el arrullo de la armónica, después de muchas noches de insomnio, reapareció y yo me dormí profundamente sentado en un charco de sangre purulenta."

Fragmento de "Ana María". Larvas, Elías Castelnuovo.
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional.
(p. 232)
Mandinga
"Mandinga, en cambio, se ocultaba en los rincones oscuros del reformatorio y allí se quedaba al asecho las horas muertas, impenetrable y sombrío, como un sapo entre la podre de una cloaca. A veces, el padre Lucas se paseaba distraídamente por las galerías de la escuela, en cuya ala derecha se alzaba la capilla, y de pronto veía surgir en un recodo el cráneo enorme y clinudo de Mandinga, que era lo primero que resaltaba de su cuerpo monstruoso y enano. […] El padre Lucas, que sentía una atracción fuerte por los niños más degenerados, viejo como era, empezó, no obstante, a cobrarle horror. Cada vez que se tropezaba con él, ahora, le venía un escalofrío. No podía mirarle sin experimentar una turbación profunda. Mandinga poseía, sin duda, la imaginación apretujada y tenebrosa de un bicho. Su aspecto, asimismo, era el aspecto de un bicho inmundo y repugnante. Tenía las cejas muy pobladas, la tez amarilla y las pestañas siempre ríspidas. Toda la extensa superficie de su cráneo estaba revestida por un pelo tupido e hirsuto cuyas puntas emergían del casco como las lianas de un   pantano. Entre las cejas y el arranque del cabello aparecía un lingote de carne arrugada y tumefacta: era la frente."

Fragmento de "Mandinga". Larvas, Elías Castelnuovo. 
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional.
(p. 138)
Amarrete
"No faltaba jamás a clase. Su puntualidad era sin disputa superior a la mía. Más aún: rebasaba los límites del horario convenido. Pues, cuando la campana anunciaba la terminación del curso, Amarrete, en lugar de retirarse con los demás, continuaba a menudo emperrado en su asiento, tratando de resolver algún problema complejo que, entre paréntesis, él mismo se planteaba. Cualquier operación simple a una demostración inmediata le daba él tantas vueltas que al último adquiría unas proporciones fenomenales. Mientras hacía sus cálculos mordía el lápiz o la pajita y hablaba en voz alta. Se abstraía de la clase si estaba en clase; se sumía en el papel o en la pizarra y sostenía una verdadera polémica con la operación que llevaba a cabo. Creaba, al efecto, una serie de factores animados, con quienes discutía, poniéndose siempre él por delante, ya como comprador, ya como acaparador de algún producto...
No resolvía en abstracto nunca. Resolvía en primera persona.
-Si yo compro un cajón de sardinas en cuatro pesos -decía- que contenga diez docenas adentro y lo vendo a razón de cincuenta centavos la docena, ¿cuánto me gano?
En seguida comenzaba a ensartar números. Cuando daba con la solución, exclamaba contrariado:
-¡Me gano un peso! ¡Mal negocio!
A continuación, corregía la tarifa. Ponía las sardinas a un peso la docena y obtenía un resultado excelentísimo.
-A un peso la docena, en cambio -rectificaba-, me gano seis pesos. ¡Lindo negocio! ¡Así se vende!"

"Cualquier juguete viejo que caía en sus manos a fuerza de darle y darle concluía por dejarlo como nuevo. En lo que se refería a trabajar, el niño trabajaba regularmente, pero siempre con vistas al negocio. Por su parte, él disponía de una cantidad respetable de instrumentos de su exclusiva pertenencia que llevaba consigo sobre la ropa como un mecánico. Dos por tres pelaba un destornillador o un martillo o unas tenazas y se ponía furiosamente a clavar clavos o a romper cajones o a sacar visagras de los baúles."

Fragmento de "Amarrate". Larvas, Elías Castelnuovo. 
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional. 
(p. 176 y 180)
Pestolazzi
"Pestolazzi se tornaba sumamente fastidioso siempre que abordaba el tema de su orfandad. No se explicaba cómo una madre podía tirar a un hijo en el asilo después de haberlo concebido en su casa. Ni por qué se lo inscribía en la cuna bajo el número 333, igual que un asesino, a pesar de no haber cometido ningún asesinato. Tampoco se explicaba dónde ni cuándo se había visto hacer semejante porquería con un inocente."

"Un domingo, por último, ocurrió lo imprevisto. Se presentó al reformatorio la madre de Pestolazzi. La misma que lo había puesto en el asilo hacía ya nueve años. En lugar de llegarse hasta los pabellones, bajó en el portón de la entrada, a dos cuadras de las villas y a pocos pasos de la dirección.
[…] Empezamos a caminar en dirección a la escuela. La mujer me seguía como una sombra, en silencio, con la cabeza inclinada sobre el pecho, pasando y repasando las cuentas de un rosario, igual que una religiosa. Al ponerse en contacto con la luz del campo, su semblante adquirió repentinamente una expresión distinta y conmovedora. Era, en efecto, una estampa viva del sufrimiento. Sentí vergüenza de mi conducta y me puse a su lado."

Fragmento de "Pestolazzi". Larvas, Elías Castelnuovo. 
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional. 
(p. 93 y 98)
Guitarrita​​​​​​​
"Guitarrita era el prototipo del atorrante crónico. No quería aprender nada. No quería saber nada. No quería mezclarse en nada.
En nada de nada.
Caminaba siempre acurrucado, con las manos sumergidas en los bolsillos, seguramente para que no le pesasen demasiado los brazos.
Cualquier movimiento, por supuesto, lo descompaginaba.
Mientras no ganaba el monte que se hallaba a unas quince cuadras del establecimiento, hacia el fondo de la chacra, permanecía recostado contra la fachada de los pabellones las horas muertas, fumando zarzaparrilla y escupiendo por el colmillo como un canalla consumado. Se hundía la gorra hasta doblarse las orejas, torcía desdeñosamente la boca y escrutaba el panorama guiñando un ojo, con una murria encima que inspiraba lástima.
Tenía una cara de aburrido que aterraba. No sé de dónde la había sacado tan perfecta. Mirándolo solamente se contagiaba uno de su hastío. Quizás le tocó soportar tantas calamidades en la vida que al llegar a los catorce años se encontró, como quien dice, con la sensibilidad aniquilada."

"Después de la nicotina, el vicio más funesto de Guitarrita era el mate. Luego, la guitarrita, que le había granjeado el apodo con el cual se lo conocía ahora en la casa. Con una caja de fósforos y un par de gomas se improvisó en Lorea un instrumento musical, lúgubre y canallesco, cuya estructura cuadraba perfectamente con el alma tenebrosa del internado."

Fragmento de "Guitarrita". Larvas, Elías Castelnuovo. 
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional. 
(p. 159 y 160)
Frititis
"A menudo, con motivo del dichoso huevo, se dirigía a la dirección a formular una queja. Como ningún asilado podía penetrar allí sin previo aviso, se valía de Ana María, una sirvientita de seis años, a quien entregaba un papelito con destino a la suprema autoridad de la casa. El papelito decía:
"Señor director: no me quieren dar el güevo. ¿Qué hago?"
Ignoro de quién pudo aprender esto, mas por cualquier paparrucha, ahora, escribía un papelito y se lo confiaba a Ana María para que ella a su vez se lo confiase a la dirección.
¿Se le escondía los zapatos?
Bueno. Frititis se encaminaba descalzo, como un mártir, al edificio correspondiente y ponía en manos de su secretaria privada el consabido papelito.
"Señor director -decía la misiva-: me robaron los botines. Es un escándalo. Estoy en patas. Asomesé por la ventana si quiere verme."
¿Se le inundaba la cabeza de parásitos, cosa que ocurría semanalmente?
Vuelta a repetir la misma operación.
"Señor director -escribía-: tengo el pelo lleno de bichos. Preciso un peine fino."
En el comedor había orden de dar a los asilados, al principio, todo el pan que ellos reclamasen. Pero, como solían gastarlo inútilmente haciendo guerrillas o tirando al blanco con los celadores, fue menester limitar la ración. Frititis pedía un pan y se le concedía. Alguien, más tarde, se lo birlaba. El niño solicitaba un segundo y acaecía lo propio. Tornaba a solicitar un tercero y se le negaba. Entonces se retiraba del refectorio y se dirigía en línea recta a la casa del directo. Al llegar aquí ya tenía una seña convenida con Ana María: chiflaba. (Chiflaba de una manera tan estúpida que era imposible no reconocerlo). La otra salía inmediatamente y el chico procedía de inmediato a entregarle su protesta por escrito.
"Señor director -decía el alegato-: soy un menor abandonado, güérfano de madre y no me quieren dar pan. Me estoy muriendo de hambre. Sepaló."

Fragmento de "Frititis". Larvas, Elías Castelnuovo. 
Colección "Los Raros", Biblioteca Nacional. 
(p. 127)
Imágenes de lo que fue el "Reformatorio para niños abandonados y delincuentes".
Olivera, junio del 2015.
Larvas, songs for Castelnuovo
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