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Misantropía (relato corto)

MISANTROPÍA
La música cesó cuando apagó la radio y oyó el teléfono de la recepción que por aquellas horas sonaba únicamente para él. Ambos cuerpos yacían en la cama, unidos por su virilidad y los fluidos mutuos. El embrollo de sábanas era iluminado por las tenues luces violáceas que espiaban desde el techo. La viciosa nube de humo, de los interminables cigarrillos muertos horas atrás se fugó cuando abrió la puerta. Las sirenas acercándose a lo lejos lo aturdían y por un instante las luces azules de los patrulleros se filtraron por las cortinas del pasillo, pasando a toda velocidad por la autopista del Oeste bonaerense, iluminando su cuerpo desnudo. La desganada recepcionista le alcanzó el tubo y él, aun con menos ganas, levantó la llamada.

– ¿Justo ahora llamas...?
– ¡Preferiría un “Melo querida! ¡Gracias por llamar! ¿Cómo estás? ¿Algo para mi?” Los otros piensan que te suicidaste o algo así. Llevas semanas sin aparecer
– Pueden irse todos a la mierda…
– ¡Hey! ¡tranquilo chico!
– ¿Cuál es el laburo, Melo querida?
– Unos giles por lo que sé, les dicen los Bravos Rojos o algo así. Ya robaron en dos de nuestros boliches. Es hacer lo mismo de siempre, ya sabes.
– Que embole... podrías mandar a cualquier soldadito a resolver esta boludez.
– No, llevas mucho tiempo quieto. Quiero que vos te encargues.
–¿Y les rompo las piernas o los entierro hasta los ojos?
– No sé, sorpréndeme – tras la voz de Melo, se escuchaba el golpeteo de platos y cubiertos – tengo que dejarte, mi restaurante es un quilombo. ¡Arregla eso!

Isabel Ishikawa, de cincuenta y tres años, observó a su amante con indiferencia cuando este regresó de la recepción. Maldijo un par de veces el agua helada de la ducha, luego se afeitó y acomodó su desprolijo tupé, agarró el suéter negro y se fue sin despedirse. Cargaba oscuras ojeras producto de largas noches de insomnio y dolor, ajeno y propio, pero ocultaba su melancólica mirada bajó sus gafas. Su mundo era una oscuridad absoluta, a menudo iluminada por relámpagos de muerte. Pagó la cuenta en la ventanilla polarizada advirtiendo que su acompañante se quedaría y abandonó el lugar en la coupé Ford Taunus, que salió quemando el caucho sobre la calle. Encendió un cigarrillo y luego giró el dial sabiendo de antemano que la trasnoche radial era basura.

– Cuatro y cuarto de la madrugada y eso que escuchábamos a A-ha con su hit Take On Me. ¡Una vez mis queridos oyentes de la medianoche, les doy la bienvenida a Moon Runners! Como siempre vamos a repasar las últimas noticias acompañadas con la mejor música. Como todos habrán escuchado esta semana se reportó la desaparición de Junior Tagliano, hijo del Flaco Tagliano, nuestro querido intendente. El año pasado Junior fue detenido al intentar ingresar al país con dos kilos de cocaína y una semana después su novia apareció degollada en el baño de su departamento. Por lo que se especula que su desaparición podría tratarse de un ajuste de cuentas narco.

Renegando del cansancio y las noticias amargas, condujo hacia el escondite de su informante. La enorme puerta de chapa cerrada precariamente con alambre tenía las ventanas tapiadas con cartón, dentro estaba oscuro y el olor a humedad invadía sus pulmones. Subió por los empinados escalones observando las psicodélicas luces de neón que manaban desde arriba. Ubicada al final del estrecho corredor relucía una llamativa expendedora de gaseosas que disparaba los psicodélicos  colores. Palpó la parte trasera hasta dar con un pequeño botón y la máquina se movió como una puerta secreta. Aquel bizarro callejón sin salida era en realidad la entrada al antro de Bando, el dueño de un delivery de droga: cocaína, DMT, ketamina, efedrina, LSD, antidepresivos, opio, esteroides, cannabis, anfetaminas, barbitúricos y un largo etcétera de sustancias a la venta. Bando y su novia dormían en un desgastado sofá, iluminados por la grisácea lluvia del televisor. El suelo estaba plagado de historietas desparramadas y paquetes de comida chatarra. Una cachetada seca despertó al chico que se lanzó desesperado sobre la mesa ratona para aspirar una línea de coca – Necesito que me ayudes! – gritó alterado, clavándole la mirada. Sin mucho interés, Haller le preguntó sobre los Bravos Rojos pero el drogadicto lo agarró de la mano y lo llevó hasta el baño. El rigor mortis era bastante avanzado pero notó algo familiar en el rostro del putrefacto cuerpo. El cerebro de Bando carburó a altas revoluciones y entonces le contó lo ocurrido y como terminó con un cadáver reposando en su bañera.
Sin saber qué hacer, el chico intentó mantenerlo fresco pero los cubos de hielo se acabaron y el nauseabundo aroma, acumulado durante días, ya le susurraba locuras en el subconsciente. Haller se prendió otro cigarrillo y se lo dió para que se calmara, le aseguró que si le daba información útil se encargaría de desaparecer el cadáver. El paranoico consumió el tabaco de una calada y mencionó haber escuchado que unos sujetos planeaban atacar la disco más importante de la organización para la que trabajaba el depresivo sicario. Bando no recordaba el nombre de la pandilla pero era un indicio. Haller se puso sus guantes de látex negros y cargó al nuevo y frío acompañante en el baúl del auto.
El amanecer se presentaba con las palomas sobrevolando el imperio del diariero, iluminado por los primeros rayos de sol. El armazón de chapa azulada con cerramientos laterales y estanterías minadas de diarios y revistas, estaba ubicado justo frente a la estación de trenes. La mayoría de los titulares en primera plana se referían a lo mismo, la desaparición de Junior Tagliano y la oleada de víctimas trata de blancas, aparecidas con vida y recuperadas en el Oeste. El anciano no reparó en él hasta que le tiró unas monedas sobre el crucigrama – ¿Qué vas a llevar pibe?

– La concha de la virgen...
– ¿Código de operador? – preguntó sacando una pequeña agendita.
– HN794 – dijo mientras el anciano revisaba la lista.
– ¡Ah, Haller! Llevas tiempo sin tomar encargos por lo que escuché... ¡y qué desmejorado te ves!

El anciano se levantó del banquito maldiciendo su ciática y buscó una copia de la impresión clandestina cuyas páginas contenían ofertas para comprar armamento y carteles de “se busca”. Esta red de puestos funcionaba como intermediaria entre los operadores y el Sindicato de Asesinos. El viejito le sirvió un café sin azúcar, al que le añadió un par de aspirinas y luego arrancó para Ramos Mejía. Durante el resto del día esperó estacionado frente a la casona donde vivía de Melo, derribando un paquete de cigarros tras otro hasta quedarse dormido. Los repentinos golpes en la ventanilla hicieron eco en sus tímpanos interrumpiendo su necesitado descanso, frotó sus ojos y dejó salir un largo bostezo. La chica de cabellos rizados le dibujó una sonrisa pícara y antes de que termine de bajarse de la coupé, le encajó las bolsas del supermercado. Además de ser su amiga y administrarle el trabajo, Melo era su terapeuta. El interior de la casona era una obra de arte repleta de cuadros, pinturas, estatuillas y títeres; grandes repisas con empolvadas botellas de vino y whisky añejo; coloridas macetas colgaban del techo y de éstas brotaban saludables plantas. Un templo a la belleza de la vida que contrastaba con el aspecto depresivo de Haller. El sonido de la salsa de soja mojando la sartén que ardía a fuego lento activó sus sentidos y pronto el ambiente se colmó de un delicioso conjunto de aromas materializados en el vapor que flotaba sobre la cocina. Pocas cosas le devolvía el alma al cuerpo y la comida de la chica era una de esas. Dejó las bolsas y luego entró el cadáver, lo tendió en el suelo y ella le alcanzó un rollo de film a través de la arcada sin quitar los ojos de la comida. Ambos estaban habituados a la práctica. Tras ocultarlo en un viejo galpón del patio, oculto por una enamorada del muro, regresó y la encontró destapando una red lager. Ella era chef y no le tomaba esfuerzo preparar algo rápido y elaborado. Sirvió el humeante karaage sobre el colchón de arroz y comieron mientras las botellas de cerveza se acumulaban en la mesada. Se jacto de lo buena que estaba su comida y él no acoto nada, era una verdad absoluta.

– Espero que ese que trajiste no nos de problemas... – dijo alcanzándole la botella – ahora decime ¿Que te anda pasando?
– Llevo semanas casi sin dormir – dijo quitándose los guantes – ya no tengo ganas de nada, apenas duermo, me siento como...
– ¿Vacío?
– No sé...
– ¿Cómo venís con las pastillas?
– Ayer tomé la última de diazepam y ya no tengo más prozac...
– Los ansiolíticos y antidepresivos no son caramelos, ¡inconsciente! ¿Hasta eso tengo que administrarte? Con esto deberías arreglarte por unos días – dijo dándole un frasquito que sacó de la alacena – ¿Sabes algo de esos tipos?
– Creo que tengo algo, unos pelotudos haciendo cagadas...
– Bueno no te confíes...

Tras recargar energías se fue para Merlo; una hora y catorce cigarrillos más tarde la coupé se perdió por las calles de tierra de algún barrio humilde escondido fuera de la urbe neurótica, donde muchos criminales tenían negocios y la necesidad de algunos se vuelve la ganancia de otros. Se detuvo frente a una pequeña casa de techo de chapas, una mujer morena lo atendió, rozaría los cuarenta y tantos pero los años no habían sido amables con ella, por su aspecto parecía estar ocupada con tareas del hogar. En el patio unos niños correteaban los patos y las cabritas dispersos por allí. Cuando notaron su presencia uno se acercó y le pidió las gafas, él le advirtió que sea cuidadoso. El pequeño salió corriendo y se metió en la caja, conducía a toda velocidad cuando sacó una ramita por la ventanilla imaginaria fingiendo fumar. La mujer lo guió hasta un galpón de ladrillos de barro y revisó que no esté armado, luego lo dejó atravesar la trampilla oculta. Bajó por una rústica escalera mientras la entrada se cerraba por detrás, a medida que avanzaba una la luz rojiza se intensificó sobre las paredes de barro y la estruendosa melodía de power metal crecía en el aire. Cruzó un portal de concreto adentrándose en la habitación donde decenas de dicroicas rojas iluminaban los dibujos de guerreros en las paredes. Junto a la entrada estaba el polígono de tiro, el lugar estaba lleno de repisas y taquillas de metal con todo tipo de armamentos: rifles, subfusiles, granadas, lanzallamas, pistolas e infinidad de armas blancas. En el suelo varios gatitos ronroneaban acostados sobre la alfombra – Haller! – grito una finísima voz. En su remera cubierta de manchones de grasa se leía “do it yourself”, Mermelada usaba gafas con múltiples lentes de aumento sobre su larga cabellera. Reconocidos criminales acudían a ella, quien era muy codiciada por su eficacia – tengo lo tuyo – dijo quitándose el barbijo e hizo un ademán para que se acerque al banco de trabajo. Era una artesana armamentística, una luthier de lo letal. Desde que Haller se inició en aquella profesión, Mermelada observó la evolución de sus poco ortodoxos métodos de matar.

– Suela de poliuretano de bidensidad resistente y ligera; punta y talón de titanio y un pequeño colmillo negro – había prestado atención a cada detalle – caña media acolchada; doble capa de cuero e injertos de kevlar; plantillas ortopédicas... Ah! Y les borde las J a los costados que me pediste
– Son perfectos ¿Cuanto?
– Son sesenta y cinco mil pero... ¿esto realmente te sirve para algo?
– Me gusta estar hecho un divo...

Al regresar a su departamento se acostó y su mirada se perdió en las penumbras, jamás abría las ventanas; sus pocas pertenencias estaban guardadas en cajas dispersas por todo el sitio, nunca terminaba de instalarse en ningún lugar. La alarma sonó pasada la medianoche, devolviéndolo a la realidad. Los espasmos se agudizaron y su afligido cerebro se paralizó en pesadillas. Estaba despierto pero no podía moverse, solo sentía un profundo dolor. Sus ojos se fijaron en la humedad del techo hasta que su agitado cuerpo comenzó a responder. Llevaba largo tiempo sin dormir de manera decente y la perforante migraña le taladraba la cabeza. Pensó llamar a Isabel pero encontró un mensaje de ella en su contestador, pidiéndole que no le hable, que no la moleste por un tiempo << Maldito insomnio, maldita soledad...>> pensó, sin tener la certeza de haber dormido o no. Intentó espantar el cansancio con una ducha fría, su cuerpo estaba lleno de cicatrices a excepción de la espalda, donde tenía tatuado una calavera envuelta en oscuridad; las suturas atestiguaban su dedicación por el oficio y el desgaste laboral. Se puso sus guantes de cuero negro, tomó sus gafas y se calzó los endiablados borcegos, Justine y Juliette. La luz se escapó quebrando la inmensa oscuridad del pasillo y al cruzar el umbral de la puerta el abismo se lo tragó – Sentirme vacío…

La escopeta recortada resonó asesina arrancándole la pierna de un disparo al patovica que se desangraba en la entrada. Los encapuchados, que ocultaban su rostro con pañuelos rojos, ejecutaron sin piedad al resto del personal de seguridad. Cuando el entusiasmado público descubrió que los estruendos no eran parte de la música, se agolpaba horrorizado contra los costados de la disco. – ¡Vos pone música que acá no pasa nada! – ordenó el líder de la banda gritándole al disc jockey, mientras apuntaban a la gente con sus armas. La bola de espejos volvió a girar mientras comenzaba a sonar A Little Respect pero ni las minorías excluidas se animaron a dejar salir sus colores oprimidos a la pista. El boliche estaba dividido en tres plantas distintas: la planta baja o nivel verde, en el que se encontraba la pista principal y tenía la primer barra tallada en hielo de Buenos Aires; el nivel fucsia en el primer piso, preferido por quienes optaban por conversar bebiendo un trago y el nivel VIP o violeta en la cima, el favorito de los enamorados, sus luces tenues permitían encuentros intensos. En aquellos tiempos, donde la cocaína en los baños era moneda corriente y el sida era una amenaza pero los condones superfluos, la disco Pressure 69 era pionera por su innovadora infraestructura.

Los atacantes empezaron a merodear por las distintas plantas asegurándose que nadie intente una estupidez y molestando al público. Uno entregó una mochila con dibujitos animados al barman, sin necesidad de explicar con qué llenarla. El hombre de la barra intentó advertirle que estaban jodiendo el negocio de la gente equivocada pero solo recibió un culatazo como respuesta, el atraco fue rápido y antes de irse confiscaron algunas botellas para celebrar. El líder de los encapuchados salía bastante confiado, sintiéndose todo un maestro de ceremonias mientras destapaba un champán pero una bestial patada en el estómago lo metió de nuevo dentro. La botella se reventó al caer y el empujón le arrastró cara contra el suelo hasta dejarlo en el centro de la disco. El de la escopeta disparó instintivamente contra Haller pero este pudo alcanzarlo a tiempo y los perdigones hicieron reventar la bola de espejos; la balacera se desató en un instante pero él pudo cubrirse con el cuerpo del sujeto, que quedó destrozado por los disparos de sus propios compañeros << Odio los novatos... >> pensó dirigiéndose hacia ellos, quienes intentaban recargar sus armas temblando de nervios.

– ¿Y vos quien sos pelotudo?! – gritó el líder levantándose – ¡no sabes con quién te estás metiendo!
– Soy al que mandan cuando alguien jode los negocios de Silvio Brigante – respondió Haller mientras alcanzaba a uno de los atacantes por el cuello, el crujido apenas se sintió y cuando cayó, la mochila con el dinero se perdió entre los pies del público
– agarren la mochilita que vamos a hacer la tarea!

Antes de que pueda alcanzar el botín, el frío acero de una faca entró en la espalda de Haller desgarrándole la ropa y los atacantes se abalanzaron sobre él – La concha de tu madre esto duele! – dijo el líder tanteándose el rostro cubierto de sangre. Luego de recuperar la mochila se acercó lentamente a él, como siguiendo el ritmo de la música y cuando lo tuvo a tiro, empezó a patearlo en las costillas. El boliche quedó en silencio al verlo allí tirado sin moverse y los encapuchados retomaron rumbo, pero aquel cuerpo maltrecho intentó levantarse torpemente – ¿A donde van señoritas? – dijo tambaleando, entonces los sujetos corrieron hacia las escaleras que daban a los siguientes niveles. Uno a uno les dio caza, lanzándolos a la pista principal desde los balcones concéntricos. Sus cabezas impactaron contra el suelo, regando de sesos el boliche. Él líder se desesperó por alcanzar la salida al ver cómo liquidaron al último de sus compañeros en el primer piso. Aterrado bajo la escalera a tropezones y la mochila que voló de sus manos dando piruetas en el aire. Al notar que su presa se escapaba, el sicario se apresuró a saltar desde el balcón del nivel fucsia y mientras caía se distrajo viendo a la mujer de tapado blanco y ojos color esmeralda. Ella le regaló una extraña sonrisa, captó su atención la actitud tan tranquila frente a lo que estaba sucediendo, sin embargo tendría que quedarse con la intriga. Robarle al diablo solo trae la muerte y esta cabalgaba rápido sobre la espalda del sicario.

El encapuchado encaró en dirección a la estación de Ituzaingó. Los borcegos eran bastante ligeros y la velocidad del furtivo asesino solo se vio afectada por las heridas. Su presa cruzó la avenida Rivadavia y se colgó del vallado que resguardaba las vías del ferrocarril, allí la distancia se redujo casi hasta pisarle los talones. Volvieron a saltar las vallas y corrieron entre el tráfico por la calle Fragio. Quien sabe lo que deliro el par de patanegras que los vieron, por que como todo efectivo de la impecable Policía Bonaerense no dudaron en desenfundar y abrir fuego sobre Haller – Eso cobanis! ¡Mátenlo! – gritó el delincuente novato burlándose, pero en la distracción fue levantado en el aire por un pobre conductor que no atinó a esquivarlo. Las balas se adentraron en la carne del inmutable sicario, que se lanzó a los efectivos haciéndoles morder el asfalto. Desesperado el encapuchado se despegó del parabrisas y continuó su escape. Herido y siguiendo el rastro de sangre, el cazador llegó a las escaleras de emergencias que conducían al techo del Correo Argentino. Allí se encontraron cara a cara.

– Dios no me mates!
– Sos el último de los “Bravos no se que” y estoy ansioso por volver a casa
– ¡No! Para! Yo no soy de las Bravas ¿sos tarado vos?!
– Encima me insultas campeón...
– ¡Para! dije las Bravas!
– Aja... ¿Osea que...?
– Mis muchachos y yo teníamos un estudio de pelis porno hasta que nos atacaron y soltaron a nuestras chicas. Esa mujer nos dijo que si volvíamos a laburar con ese negocio nos iban a matar. No solo se quedaron con nuestra zona, si no que nos obligaron a atacar los bares de Brigante!
– Oh... pobre palomita lamentándose. No soy quien para juzgar pero al parecer ustedes se lo merecían
– ¡Puedo decirte dónde encontrarlas! ¡No miento!
– Te conviene que sea así...

Cuando Junior Tagliano perdió los dos kilos de coca el año pasado, sus socios narco intentaron matarlo pero su padre hizo un pacto para que le perdonen la vida a cambio de liberarles ciertas zonas para que vendan su producto. Sin embargo querían que Junior aprenda la lección, por lo que asesinaron a Cecilia Sirico, su novia. Desde entonces nada volvería a ser igual entre el intendente Tagliano y la familia Brigante. Sonny Sirico, mano derecha de don Brigante, juró vengar la muerte de su hermana menor y ahora la cuestión surgía con la desaparición de Junior. Convencido de que Sonny era el culpable, el Flaco Tagliano había contactado a Venus, líder de las Bravas Rojas, para que se encarguen de vengar a su hijo. Sin estar al tanto de la cuestión, Haller se dirigió a Castelar para despejar sus dudas, pero antes de continuar la cacería, usó el servicio diecinueve de un destartalado teléfono público para llamar a Melo.

– ¿Un tipo que se gana la vida matando gente no tiene para pagar una llamada? – preguntó riendo
– Mi ropa se hizo mierda, no tengo nada…
– Tranquilo chapulín, me tenes a mi para aguantarte ¿Que te pasó?
– Los encontré, pero no son lo que pensaba…
– Okey – dijo ella notando el cambio de tono en la voz de su amigo – no hagas una estupidez. Voy a avisarle a Sonny
– Tranquila joven – dijo con una risita agonizante – yo me encargo
– Escuchame idiota – dijo Melo alarmada – se que estas buscando motivos para morirte pero no estás so…

El sicario cortó la llamada mientras las fuertes ráfagas de viento alzaban las hojas secas y las nubes negras ocultaban el enorme edificio bajo el manto de la noche. El escenario terminó de dibujarse cuando un relámpago golpeó los transformadores, cortando la luz en toda cuadra. Haller saltó sobre el enrejado e irrumpió en la oscuridad. Cuando el conserje sintió la ventisca asomando por el pasillo, se dirigió a la puerta acompañado por el fulgor de una vela y notó que la cerradura estaba forzada pero antes de que pueda dar la alerta fue noqueado. En la oficina de mantenimiento, cubrió sus heridas con cinta aisladora, cambió su ropa ensangrentada por un overol y observó el mapa del edificio perteneciente a “Tagliano & hijos”. Por último llamó a Melo para reportarle los cambios en la situación. La cansada sombra avanzó hasta el quinto piso y entonces oyó pasos y demás barullo; una incandescente luz blanca baño las escaleras y alguien logró verlo – Abajo hay alguien! – gritaron y el ruidoso escuadrón comenzó a descender. Colgado sobre el vacío para evitar ser visto, sujetó por el pie al último de la fila y lo tiró hacia abajo. El sujeto gritó mientras caía y se golpeaba con la baranda hasta desaparecer en la oscuridad. Luego se levantó detrás de los últimos y los pateó haciéndolos caer sobre los primeros y, abriéndose paso entre los cuerpos atontados, los arrojó uno tras otro al abismo. Unos disparos entraron por el hombro derecho y luego fue agarrado de la pierna y lanzado de espaldas contra los escalones. Sin mostrar dolor, aunque no sin sentirlo, se impulsó con la pared para tomar al enemigo por el cuello y juntos rodaron hasta el descanso, donde le reventó el cráneo con su zapato <<Solo somos trozos de carne doliente...>>.

En el treceavo piso encontró un estrecho corredor iluminado por el fulgor de los truenos y relámpagos dejando a la vista a los pandilleros que lo aguardaban. Rapaces corrieron hacia él y él hacia ellos. El primero se le vino encima tumbándolo en el piso, los puños se precipitaron sobre Haller y su rostro se tiño de rojo. El sabor de la sangre lo sacó del estado de somnolencia mientras un puñal se abría paso entre sus costillas. Soltó una macabra carcajada y un escalofrío recorrió a sus rivales, listos para dar su aliento final. Extirpó el puñal de su cuerpo y lo enterró en la frente del tipo que tenía encima. Una cadena lo golpeó en los ojos y volvió una segunda vez enredándose en su brazo izquierdo, la aplastante presión se lo rompió. Logró soltarse y lanzó una salvaje patada ultimando al atacante, luego recogió un cuchillo y avanzó mientras una extraña calma lo invadía. Los disparos retumbaron en el corredor, algunos lo rozaban y otros le daban de lleno mientras su flexible extremidad quebrada empuñaba el cuchillo ejecutando raras estocadas. Unos caían por las ventanas, otros regaban el pasillo con manantiales de sangre o chocaban las paredes con sus destrozadas cabezas. Saltó apoyándose sobre su brazo bueno y pateó a los últimos. Aquel era el final de los delincuentes novatos, primero víctimas de las Bravas, ahora de él. Se detuvo para retomar el aliento y luego encaró la gran puerta doble, una luz celestial se escapaba por las rendijas.

Cegado por la luz y anonadado por el exquisito perfume, se adentro en el paraíso. El recinto estaba nutrido de mujeres desnudas que entraban y salían de los jacuzzis, sentadas conversando o simplemente recostadas, iluminadas por las llamas de cientos de velas. Era un harén rebosante de musas dignas de inspirar armoniosas melodías. Haller vació el frasquito anaranjado dejando caer las últimas pastillas de modafinilo en su boca. El cuchillo cayó al suelo y avanzó hecho una pena hasta la plataforma erguida en el centro – Tus soldados no me sirvieron para nada – dijo una vigorosa voz de tono contundente, alguien suplicaba y mientras subía las escaleras, una cabeza pasó rodando junto a él. Lo reconoció, era el novato que le dio la ubicación de las Bravas. Al llegar a la cima encontró una piscina burbujeante, algunas mujeres nadaban y otras yacían acostadas alrededor. Entonces se percató de la presencia de la valquiria relajándose en el agua. Estaba completamente desnuda; una espada tatuada entre sus delicados pechos le atravesaba el torso hasta su pubis. Su pelo era hipnotizante mezcla de rubio perlado y tintes verdes, tenía las sienes rapadas. La reconoció por sus ojos esmeralda. Inmutable posaba sus codos en el borde del jacuzzi, mientras sus camaradas se deshacían del cuerpo decapitado, ella relamía las ensangrentadas garras metálicas que llevaba en sus dedos.

– ¡Miren chicas! ¡Tenemos un invitado!
– Mira preciosa esto ya se está haciendo muy largo ¿Ustedes son las benditas Bravas Rojas si o no?
– Oh! Perdón mi insolencia! – dijo en un tono sarcástico – yo soy Venus, la que comanda Bravas, nosotras tenemos como si dice... ¡Mala fama!
– Aja, un gusto divina... no me suenan de nada ¿Que carajo quieren en nuestro territorio?
– El Flaco Tagliano nos ofreció este lugar como pago por matar a Sonny Sirico así que agitamos el nido para que la rata salga
– Que poética ¿Y eso por qué?
– Sonny se cargó a Junior y el Flaco quiere venganza. ¡Pero en realidad eso no importa! Él cree que fue así y nos pagó con este sitio por hacerlo. Ahora mis chicas tienen un lugar
– Cuanto profesionalismo...

La fémina se hundió en el agua y tomando impulso saltó tenaz sobre él. Las garras de Venus entraron por su cintura y subieron hasta el pectoral, el empujón los hizo volar sobre las escaleras. La espalda del sicario golpeó bruscamente contra el tatami quitándole el aire. Ella se le lanzó encima pero la contuvo con las piernas y la tiró hacia atrás, intentó alcanzarla por el cuello pero las garras volvieron a entrar en su cuero. Se levantó sujetándola con fuerza y la arrojó dentro de un jacuzzi. Venus emergió del agua y arremetió como una hiena haciéndole múltiples cortes en el tórax. Al igual que sus ropajes, el cuerpo de Haller estaba completamente destrozado.

– ¡Este no es un perro cualquiera, hermana! – gritó una de las Bravas al reconocer la calavera en su espalda – es el Heraldo Negro!
– ¿Quién? – preguntó Venus acercándose a él con curiosidad
– Es uno de los mejores sicarios de la familia Brigante. Dicen que podría estar jugando en clubes más grandes pero se quedó con ellos por lealtad
– Entonces si se corre la bola que lo matamos, ¡mejor para nosotras!

Intentó recomponerse pero ella lo sujetó de la pierna con una llave de sumisión y se sentó encima suyo – Quiero que me ruegues por tu vida! – le dijo enterrándole una de las garras metálicas por la herida de disparo en su hombro. No era la primera vez que estaba en una situación tan crítica pero no entendía eso de rogar, prefería morir en ese instante. Entonces pensó en las palabras de Melo, en los dolores irreparables que calaron hondo en él y en que todavía tenía algún motivo por el cual vivir. Quizás solo se convenció de aquella idea o fueron las pastillas que le dieron tan mortífera inercia, pero logró liberarse golpeando a Venus y se levantó súbitamente.

– Tu cruzada contra la trata... no creo que atacar directamente a la mafia sea la mejor manera. Además tus negocios no son muy distintos
– Esta cuestión entre los Brigante y los Tagliano es solo una excusa para mi, además acá ninguna está de obligada ¿Vos sabes lo que significa ser el juguete de alguien más?
– Todo en mi vida es una consecuencia de decisiones tomadas por otros – dijo Haller bajando la guardia – pero a veces podemos elegir. No seas suicida
– ¿Y qué, vas a perdonarme la vida? – retrucó Venus – Volví a mi barrio para encargarme de lo que nadie se atreve a hacer. Yo soy la única manera Heraldo Negro.

Estaban parados frente a frente, matándose mutuamente de mil formas con la mirada. La valquiria le saltó encima y mordió su cuello; Igual de salvaje, él clavó sus colmillos en los pechos de Venus mientras ella le arañaba la espalda. Sin despegarse, se arrastraron hasta llegar a la escalera. Haller se quitó los molestos guantes de látex y subieron de espaldas, besándose, hasta llegar arriba. Ella estaba bañada por la sangre que manaba del cuerpo del sicario. Ambos cayeron al agua y las rojizas burbujas estallaron mientras las demás guerreras trepaban a la plataforma para ver qué ocurría. Los cuerpos se alzaron salpicándolas. El espectro la penetraba por detrás sujetándola del cuello y la diosa griega se aferraba clavando sus garras. Sus extasiados rostros se quebraron en carcajadas guturales y bramidos empapados de saliva, convirtiendo aquel paraíso en el mismísimo infierno, desatando la orgásmica vorágine. Habían perdido la noción del tiempo y el éxtasis duró hasta que fueron interrumpidos por unos aplausos, los últimos invitados habían llegado.

Don Brigante miró a su alrededor enamorado, tenía fama de mujeriego y aquel era su harén soñado. Vestía traje y un largo saco colgaba de sus hombros, la prolija barba blanca y el sombrero eran su marca personal. Tenía aire altivo e imponente. Detrás entró su mano derecha, Sonny Sirico, junto a un buen puñado de soldados de la familia – Cuando Melo me dijo que Hally mataría a grupo de señoritas me entró una enorme curiosidad! – exclamó el don subiendo a la plataforma – no era mi intención interrumpirlos pero me gustaría saber ¿Por que pasaron a ser nuestro principal grano en el culo? – Don Brigante pidió a Venus que hable y Sonny apuntó su pistola directo a la cabeza de la fémina, pero ella se limitó a contarles sobre su trato con el Flaco Tagliano.

– Capaz... – dijo y tras un largo bostezo limpió la sangre de su boca – estas locas no son tan descartables viejo
– Casi te matan Heraldo... – le dijo Sonny riendo y le dio un golpecito en el hombro – ¡aunque dicen que la muerte aprendió a sangrar recorriendo las calles del Oeste!
– Ustedes manejan algunos de los prostíbulos más grandes… – dijo Venus mirando seriamente al don – si me dejan asegurarme que no tienen ni una sola chica trabajando contra su voluntad, yo les puedo asegurar un buen porcentaje de nuestras ganancias y no más disturbios, todos en paz
– ¡Amo cuando las cosas se arreglan hablando señoritas! Sonny puede hacerles un tour por nuestros establecimientos de goce – dijo don Brigante prendiéndose un habano – pero antes quiero que visiten al Flaco y le dejen en claro que no quiero volver a escuchar de él
– Si sirve de algo tengo el cuerpo de junior guardado en el freezer de Melo...
– ¿Qué?! – exclamaron todos sorprendidos.

– Vacío... – musitó Haller mientras forzaba la puerta de un Ford Falcon estacionado justo enfrente del edificio, era tiempo de volver a casa. Al subirse lo primero que hizo fue revisar la guantera, había un último cigarrillo que alguien dejó abandonado. Inspiró profundo dejando que sus pulmones se llenen del humo venenoso y luego lo largo lentamente. Mientras prendía la radio el vértigo lo invadió – ...Un remolino mezcla los besos y la ausencia. Imágenes paganas se desnudarán en sueños... – La voz de Federico Moura se escuchaba casi como un eco en sus ensangrentados tímpanos; todo se sentía retorcido y distante, el efecto de las píldoras se desvanecía y su cuerpo resentía las consecuencias de la cacería.

La sangre brotaba por multitud cortes profundos y orificios de balas. La muerte seguía ahí, envolviéndolo en su oscuridad. Su pie se volvió ligero hundiendo el acelerador y la velocidad del coche aumentaba sin que pudiera notarlo. La música crecía mientras observaba las nubes, parecían venirse encima. La tormenta aún no estallaba. Los relámpagos se mezclaban con el cielo negro y los faroles de la calle, con la misma fugacidad con la que el sicario se desangraba. El vacío ahondaba nuevamente en su interior hasta que el túnel de luces se fundió con la oscura y espesa niebla de la ruta. La interferencia estática de la radio se mezclaba con una nueva sintonía del dial. Otro encargo quedaba atrás, como cada encargo del Heraldo negro, quién finalmente se apagó mientras veía pasar frente a sus ojos cada crimen cometido. Nadie escapa a la muerte, no cuando esta pesa sobre la espalda.
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