Hay ciudades que se pueden explicar con fotos. Otras, necesitan que unas palabras, más o menos explicativas, acompañen a su descripción. Y hay una ciudad, sólo una, que tiene como mejor argumento las decenas de poemas que se han escrito sobre ella.

 

Esa ciudad es Granada, la "Arabia de su abuela", como dijera algún literato poco conocido hace ya algún tiempo.

 

Según el escritor francés Chateaubriand, "Granada es como la novia de cristal de nuestros sueños. Todo el que la ve tiene la ilusión de volver a visitarla".

 

Otra frase mítica de esta ciudad andaluza es la que encierra una placa visible en el Paseo de los Tristes de Granada y escrita por el crítico y poeta mexicano Francisco de Icaza. Y decía así: "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada". Esta placa, cada primavera, verano, otoño e invierno, es fotografiada por cientos de miles de turistas que acuden en masa a visitar las callecitas del Albayzín, el Sacromonte y el Realejo granaíno. Porque se dice granaíno, y no granadino. 

 

Pero, de todas las frases y poemas escritos a lo largo de la historia sobre Granada, me tomo la libertad de quedarme con uno de los muchos que escribió su hijo prodigo, fusilado y abandonado en una cuneta de carretera por "maricón" y rojo, como su maravillosa Alhambra. Un poema de Lorca, de Federico García Lorca.

 

Y este poema, esta belleza de poema, decía así:

"Es Granada una ciudad donde el enamorado escribe mejor que en ninguna otra parte el nombre de su amor en el suelo."

 

Granada no tiene palabras. Granada te deja sin palabras cada vez que vez que te animas a saludarla, a ella, a sus calles y a su gente.

 

Granada es única. Es irrepetible. Es eterna e inmortal.

 

Granada es, Granada.